Peter Doig: el posimpresionista anacrónico y honorario

El último héroe de la pintura clásica que con ejecución y oficio logró superar a las estrellas del arte conceptual y sus producciones a escala corporativa.   
Por Fernando García

 

Pincelada de genio: El arte etéreo de Peter Doig lleva la mente a sitios encantados. Este podría ser el título de este perfil, pero ya ha sido usado por Jonathan Jones en The Guardian hace nueve años y como es tan elocuente para describir a uno de los pintores contemporáneos más comprometidos con su materia se lo apropia como disparo de largada y se lo cita porque acaso no haya nada mucho mejor que decir sobre Peter Doig (Edimburgo, 1959). Pero entonces se hace necesario explicar lo que llevó a Jonathan Jones, uno de los ojos más entrenados de Gran Bretaña, a esa definición tan precisa del pintor de la canoa más cara de la historia. En 2021, Christie’s de New York subastó su pintura Swamped (1990) en casi 40 millones de dólares, lo que sostiene a Doig como uno de los pintores vivos más caros de Europa. El dato es pura estadística sino se lee en los términos casi políticos (en el sentido de una estrategia estética) en los que lo hizo Jones.

“¿Qué es lo que convierte a la pintura de Peter Doig en algo tan preciado? Es ahora más caro que Damien Hirst, cuyo precio más alto en una subasta fue de 17 millones de libras. Pero eso fue en 2007 y es difícil de imaginar que pueda superarse mientras su reputación no deja de caer. Hay una lección moral en esto. Hirst parece fascinado en el dinero; Doig, en cambio, parece no estar interesado en absoluto en eso”, decía Jones entonces. El héroe de la pintura clásica (en términos de ejecución y de oficio) había matado a la estrella del conceptualismo a escala casi corporativa que parece perdido en un laberinto de escaramuzas noticiosas (del tipo “convertirá toda su obra en un NFT”) que nunca consiguieron ir más lejos que el título de su tiburón neo victoriano (“La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo”), que de por sí es un hito del arte de los últimos treinta años. Pero, a través de Doig, Jones hace un señalamiento sobre aquello que devino espectáculo en lugar de genuino escándalo estético y sobre la superación del artista empresario consagrado por el realismo capitalista

De la misma generación de Hirst y los YBAs (Young British Artist) que tomaron por asalto el Premio Turner en los 90, Doig hizo la ruta del Imperio ya en las cenizas de su caída. Luego de pasar la infancia y adolescencia en Canadá (sus memorias arraigadas son norteamericanas) terminó establecido por más de veinte años en la isla de Trinidad y Tobago (que dejó de ser Colonia en 1962 y se consagró república recién en 1976). Su taller ocupaba una ex destilería de ron construida con acero traído de Escocia a muy pocos kilómetros de la costa venezolana y, desde ahí, Doig volvió sobre la pinacoteca de los genios (Gauguin, Van Gogh, Manet, Cezanne) para afirmarse en un tipo de pintura siempre extrañada. Atraído por el radio de influencia del venezolano Armando Reverón (1889-1954) nunca pudo asimilarse al exotismo caribeño para rechazar de plano el sticker de “realismo mágico”. Como un personaje de Graham Greene, Peter Doig es el posimpresionista anacrónico y honorario. El tipo de artista silencioso que parte su tiempo entre la exuberancia del Caribe y la austeridad de una escuela de arte en Düsseldorf sin escala en Oxford Street para sincronizar su reloj con el de Saatchi. 

Doig volvió a vivir en Reino Unido en 2021. Su consagración llegó en 2023 cuando se convirtió en el primer artista vivo invitado a exponer en la Courtauld Gallery. En un video producido por la galería para comunicar la muestra se lo puede ver a Doig ensimismado entre los clásicos que busca mantener vivos (en la pintura contemporánea, no en el show inmersivo). Pero la exposición prioriza el sponsor al artista: The Morgan Stanley Exhibition: Peter Doig. ¿Artista o sponsor entonces? A Damien Hirst esto no le molestaría. Todo lo contrario, sumaria en su perfil de empresario provocador. Para intervenir la sentencia de Jones: Peter Doig no está interesado en el dinero, pero al dinero sí parece interesarle (y mucho) su pincelada de genio capaz de llevar la mente a sitios encantados.  

 

 

 

 

 

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