“Una obra de arte es un rincón de la creación visto a través de un temperamento”
Emile Zola
Si hay algo de lo que somos conscientes los seres humanos es del implacable paso del tiempo. Sabemos, muy a pesar nuestro, que cada segundo que pasa es irrepetible. La sensación de aceleración de la vida, su violenta vorágine, se hace cada vez más palpable para quienes vivimos en la contemporaneidad. Este es un fenómeno que comenzó a hacerse más evidente en los albores de la modernidad, y que centenares de artistas tuvieron la necesidad catártica de plasmar en sus producciones de aquellos años. La fugacidad e instantaneidad del momento vivido fue una de las principales búsquedas del grupo impresionista, lo que se manifiesta con claridad en la obra de uno de sus miembros fundadores, Claude Monet quien también fue un gran impulsor del “paisaje puro” y de la pintura "au plein air", así como del trabajo en serie.
Claude Monet nació en París el 14 de noviembre de 1840, pero su infancia transcurrió mayormente en la ciudad portuaria del extremo norte de Francia: Le Havre. Marina que el artista retratará en repetidas ocasiones a lo largo de su trayectoria y que quedará inmortalizada en una de sus obras más famosas, tal vez una de las más conocidas de la pintura occidental: Impresión, sol naciente de 1872, y de la cual surgiría el nombre del movimiento impresionista. Desde joven Monet mostró interés y talento para el arte, también para la realización de caricaturas. En estos primeros años de formación su contacto con Johan Barthold Jongkind será clave para la consolidación de su obra posterior. Con dicho artista neerlandés se perfeccionó en el género de la pintura de paisaje, y sobre todo, de la pintura al aire libre, técnica pictórica que se volverá su sello distintivo. El propio Monet vio a Jongkind como un gran mentor, dado que fue quien le enseñó a componer con luz, y solía reconocer con frecuencia la importancia de estos aprendizajes. Su estilo comenzó así a formarse también bajo la influencia de Eugène Boudin, y a partir de entonces empieza a experimentar con la luz y el color, alejándose de las técnicas académicas tradicionales.
En 1859 Monet se traslada a París para continuar sus estudios y por un breve período asiste a la Escuela Superior de Bellas Artes. Luego concurre a la Académie Suisse, donde conoce a Camille Pissarro y con posterioridad también asistirá al atelier de Charles Gleyre, donde trabará amistad con dos de los miembros fundadores del impresionismo: Frédéric Bazille y Pierre-Auguste Renoir. Durante la década de 1860, Monet enfrentó dificultades económicas a causa de ser enlistado en el servicio militar, pero al no querer participar para poder proseguir con su trayectoria artística tuvo que pagar importantes sumas de dinero.
Estas situaciones le acarrearon problemas con sus padres, quienes pretendían que continuara con el legado familiar y se pusiera a la cabeza del negocio que tenían en su ciudad de la infancia. Entre 1870 y 1872, durante la Guerra Franco-Prusiana, vivió en Holanda y en Londres, donde pudo estudiar de primera mano y con detalle las obras de John Constable y Joseph Mallord William Turner. Obras que provocan un gran impacto en el joven artista, y le permiten consolidar sus búsquedas pictóricas en relación al uso de la luz y del color como los dos grandes pilares de sus obras.
Al volver a Francia, Monet se instala en Argenteuil junto a su primera esposa, Camille Doncieux con quien se casó en 1870 y quien supo ser modelo de muchas de sus primeras obras. Durante esos años, esta tranquila localidad a orillas del Sena se convirtió en un epicentro del impresionismo. Allí Monet pintó muchos de sus paisajes fluviales más famosos, y donde también trabajaron Camille Pissarro, Alfred Sisley, Pierre-Auguste Renoir y Édouard Manet, entre otros. En 1874, Monet y otros artistas realizan la primera exposición del grupo en el estudio del fotógrafo Gaspard-Félix Tournachon, mejor conocido como Nadar.
Claude Monet retratado por el fotógrafo Nadar (1899).
De 1878 a 1881 residió en Vétheuil, una población mucho más tranquila y rural que Argenteuil. En este período, Monet desarrolló una enorme productividad y, a diferencia de su etapa anterior, se centró en la belleza de la naturaleza y en la captación de paisajes solitarios sin ninguna referencia a la vida humana. Fue allí donde comenzó a pintar en serie, uno de sus aportes más significativos al desarrollo del arte moderno. Trabajos en los que repetía temáticas similares pero bajo condiciones atmosféricas, lumínicas o climáticas diferentes. A partir de estas exploraciones su técnica evolucionó, utilizando pinceladas rápidas y enérgicas para capturar efectos fugaces de luz y color.
Sus participaciones en los Salones Independientes que gestionaba el grupo impresionista concluyen hacia 1882. Al año siguiente se instala definitivamente en su casa de Giverny, hasta el final de su vida en diciembre de 1926. Allí creó un enorme jardín japonés que se convirtió en una fuente absoluta y constante de inspiración. En este bucólico y paradisíaco entorno, Monet desarrolló un enfoque más sintético, casi abstracto de sus motivos, anticipando movimientos muy posteriores como el expresionismo abstracto. A pesar de tener problemas de visión debido a cataratas, pintó sin parar hasta su muerte.
Nenúfares y puente japonés, 1899. Óleo sobre tela, 90.5 x 89.7 cm. Princetown University Art Museum, New Jersey.
Su legado incluye no solo sus pinturas, sino también una gran influencia en el arte moderno y contemporáneo. Sus series más recordadas son Los almiares, Los nenúfares, El puente japonés y La catedral de Rouen; y reflejan cabalmente su obsesión por captar los cambios de luz y atmósfera. El Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, contiene dos obras tempranas del artista francés en su acervo: Le Pont d`Argenteuil (El Puente de Argenteuil), 1875 y La berge de la Seine (Orillas del Sena), 1880. Esta última exhibida (y adquirida por el Estado para el naciente Museo) durante la mítica “Exposición Internacional de Arte del Centenario”, realizada en Buenos Aires en 1910.
Aproximación a la obra: Impresión, sol naciente (1872)
Esta innovadora pintura representa una vista del puerto de Le Havre, donde se ven plasmados una serie de barcos y grúas en el agua, con el sol apenas elevándose sobre el horizonte. El cielo y el agua se funden a través de un juego de luces y colores que difumina los contornos de las formas. Monet trabaja con trazos cortos y visibles, que a simple vista pueden parecer desordenados e inacabados, pero que a cierta distancia se combinan para formar una imagen coherente. Utiliza una paleta acotada, con predominio de tonalidades frías como azules y grises, interrumpidos por el anaranjado brillante del sol. El tratamiento de la luz es clave, logra un efecto de atmósfera vibrante y captura con maestría el fugaz momento del alba. Este amanecer pintado en 1872, puede pensarse a su vez como un símbolo del fin de la Guerra Franco-Prusiana y una violenta guerra civil. En este período Francia atravesaba un profundo proceso de recuperación y transformación con el surgimiento de la modernidad y la industrialización, elementos que influyeron notablemente en los artistas ligados al grupo.
Impresión, sol naciente, 1872. Óleo sobre tela, 48 × 63 cm. Museo Marmottan, París.
El término “impresionismo” nace a partir de una denominación en sentido negativo de Eugène Leroy, periodista del diario satírico Le Charivari, encargado de cubrir la primera exposición impresionista de 1874. Esta expresión retoma justamente el título del afamado lienzo hoy perteneciente al Museo Marmottan de París. El pintor, consciente del aspecto alusivo de su estilo, justificó su uso afirmando que la trasposición de su visión o de su impresión sobre el motivo era mucho más importante que la fidelidad visual con que pudiera representar el tema en cuestión. Monet, de este modo, reivindicaba la supremacía de su propia mirada y de su subjetividad frente a la exigencia de mímesis o verosimilitud que aún imperaba en las esferas académicas y más conservadoras del arte.
Estas ideas se relacionan con el concepto de “temperamento del artista” desarrollado por Emile Zola, uno de los escritores y críticos más importantes de la época, iniciador del naturalismo en literatura, y de los pocos que en esos años iniciales apoyaba a los artistas modernos, sobre todo a los impresionistas. Según el autor de la novela La obra de 1886, “Una obra de arte es un rincón de la creación visto a través de un temperamento”. Para Zola, el temperamento no es una característica simplemente superficial, es una fuerza profunda que, junto con las condiciones ambientales, moldea el curso de la existencia humana.
Si bien en un principio el calificativo “impresionista” fue utilizado de modo despectivo, rápidamente fue adoptado por los propios artistas a partir de 1877. Ese año en Le Sémaphore de Marseille, Zola a modo de definición del grupo, escribe: “Creo que por pintores impresionistas se ha de entender los pintores que pintan la realidad y presumen de dar la impresión misma de la naturaleza, que no estudian en sus detalles sino en su totalidad. Es cierto que a veinte pasos del cuadro, uno no distingue con claridad ni la nariz ni los ojos de un personaje. Para plasmarlo tal como uno lo ve, no hay que pintarlo con las arrugas de la piel, sino en plena actitud, con el aire vibrante que lo rodea”.
Por su aspecto rápido, sintético y abocetado, Impresión, sol naciente desafió las nociones tradicionales de “acabado” y de “realismo”, priorizando la percepción subjetiva del artista en un instante específico. De este modo, la innovadora técnica y la original visión artística de Monet influyeron profundamente en el desarrollo del arte moderno. Esta obra encierra la esencia misma del impresionismo y nos invita a experimentar la belleza efímera de un amanecer. Esta pintura no solo marcó el inicio de un nuevo movimiento artístico, sino que también continúa inspirando y fascinando a generaciones de espectadores y artistas.
Los salones independientes
Probablemente uno de los principales legados que ha dejado el movimiento impresionista a las generaciones siguientes fue la conformación de un salón que funcionaba totalmente por fuera del circuito tradicional del arte, esta será una práctica central para las vanguardias que surgirán en las primeras décadas del siglo XX. A finales del siglo XIX, de las poquísimas instancias que tenían los artistas para exhibir sus producciones, la más relevante, la que otorgaba prestigio y legitimación era el Salón Oficial, dependiente de la Academia.
Con el desarrollo del arte moderno en estos salones comenzaron a ser cada vez más habituales los rechazos y los escándalos. Teniendo como referencia tres hitos anteriores como El Salón del Realismo, de Gustave Courbet, planteado en paralelo a la Exposición Universal de París, de 1955; el infame Salón de los Rechazados de 1863; y La exposición individual de Édouard Manet en un pabellón alquilado por él mismo, cerca de la Exposición Universal de París de 1867; los artistas que se nuclearon alrededor de Monet, Renoir, Caillebotte y otros, cansados de las negativas que recibían constantemente, a partir de 1867 piensan en organizar una exposición común independiente. Este proyecto se pondrá en marcha recién el 15 de abril de 1874, en el estudio del fotógrafo Nadar, a partir de la previa fundación de la Sociedad Anónima de Artistas pintores, Escultores y Grabadores creada en 1873. Estos Salones Independientes, 8 en total, funcionaron con regularidad hasta 1886.
Aunque durante mucho tiempo las exposiciones impresionistas desencadenan feroces críticas, y hasta a veces reacciones violentas del público permitieron que los pintores por fin sean vistos y su obra sea difundida y vendida. Hacia 1881, a estas experiencias autogestivas se suma el marchante Paul Durand-Ruel, uno de los más importantes e influyentes del momento, hecho que contribuyó en la consolidación y mayor aceptación del grupo; lo que a su vez posibilitó el desarrollo de muchos de los movimientos que siguieron.
En 1883 Durand-Ruel organiza una exposición individual con pinturas de Monet que sí tuvo una crítica favorable, aunque no resultó en grandes ventas. A pesar de ello, la situación económica de Monet mejoró gracias a que el mercado comenzó a abrirse a las obras impresionistas y su obra empieza tener mayor circulación a partir de la década de 1880. A 150 años del primer salón impresionista durante 2024 se pueden ver varias exhibiciones y eventos que recogen y reflexionan acerca del legado que este puñado de artistas logró y la manera en que trascendió su época.
El trabajo en serie
Esta metodología de investigación y de trabajo es probablemente uno de los principales aportes del arte moderno. Su denominación refiere a que la creación de obras individuales pertenece en realidad a un conjunto relacionado, donde cada pieza es una parte fundamental de ese desarrollo general, a modo de ensayo artístico. En éste aparecen hilos conductores que pueden ser en base a un tema, estilo, técnica o concepto común. Esta práctica permite a los artistas explorar variaciones sobre un mismo tema, profundizar en ideas específicas y experimentar con diferentes enfoques dentro de un marco unificador.
Práctica compartida con otro de sus allegados, Paul Cézanne, en sus recordados bodegones o sus vistas del Monte Santa Victoria en Aix en Provence. Dentro de las serie más emblemáticas de Monet cabe destacar: la dedicada a la Estación Saint Lazare de París (1877-1878); la del Parlamento de Londres (1899-1901); la de La catedral de Rouen (1892-1894); Los Almiares (1890-1891) y Los Nenúfares o Nymphéas (ca. 1890-1926). Esta última es quizás su serie de trabajos más famosa y la que muestra su evolución a un lenguaje cada vez más sintético que roza la abstracción. Con este motivo y sus infinitas variaciones pintó una obra titánica, compuesta de cerca de 300 pinturas, incluyendo más de cuarenta paneles de gran formato, y tres tapices, que afirman la finalidad decorativa de estos conjuntos. Estas pinturas exploran cómo la luz y el agua interactúan en diferentes momentos del día y estaciones del año.
Nenúfares en flor, circa 1914-1917. Óleo sobre tela, 160 × 180 cm. Colección privada.
El gran ciclo de los Nenúfares ocupó a Claude Monet durante las tres últimas décadas, de su larga vida que terminó a sus 86 años. De este conjunto, los ocho lienzos monumentales pertenecientes al Museo de L’Orangerie merecen una mención aparte. Inspirados también en el jardín acuático que creó en su casa de Giverny, estos grandes paneles fueron donados por Monet al Estado en 1922, y pueden ser apreciados en el museo parisino desde 1927, año de su definitivo emplazamiento a poco del fallecimiento de su creador. Realizadas especialmente para el espacio que las alberga, a partir de diferentes paneles ensamblados entre sí. Estas composiciones tienen la misma altura (1,97 mts.) pero difieren en ancho, para poder adaptarse con precisión a las paredes curvas de las dos salas ovales, creando un ambiente absolutamente envolvente e inmersivo.
Museo de L’Orangerie, París.
El artista no dejó nada al azar cuya instalación se realizó siguiendo su voluntad, en colaboración con el arquitecto Camille Lefèvre y con la ayuda del político Georges Clemenceau. Pensó las formas, volúmenes, disposición, escansiones y espacios entre los diferentes paneles, el paso libre de los visitantes a través de varias aberturas entre las salas, la luz cenital que inunda el espacio en los días soleados o que se vuelve más discreta cuando está nublado, haciendo vibrar su obra en función del clima. Para celebrar los 150 años de la fundación de uno de los movimientos más revolucionarios de la historia de la pintura el museo programó una serie de conciertos, performances, actividades y hasta propuestas digitales y de realidad aumentada.
Museo de L’Orangerie, París.
Claude Monet fue un verdadero revolucionario, un visionario absoluto. Con su técnica de pintura al aire libre, con la que logró capturar con gran precisión la esencia del momento, transformó la manera de percibir el color y la luz en el arte. Su trabajo abrió el camino para futuros artistas, estableciendo las bases del arte moderno y contemporáneo. Hoy su casa y jardín en Giverny se han convertido en un verdadero centro de peregrinaje para amantes del arte de todo el mundo, reflejando la profunda conexión entre su vida y su obra.