En la galería Krakow Witkin de Boston tienen obras de artistas consagrados del siglo XX como Josef Albers, Julian Opie, Jenny Holzer, Richard Serra, Cindy Sherman y los argentinos Liliana Porter y León Ferrari, entre muchos otros. En la mayoría de los casos trabajan con obra gráfica y serializada, un segmento del mercado del arte más accesible para colecciones acaso menos pretenciosas.
Sin embargo cualquiera de las 35 personas en el mundo que accedan a la impresión de un archivo digital llamado Sent us of the Air (Nos envió del aire) habrá obtenido algo muy parecido al misterio insondable de la poesía. Es un objeto de escala muy pequeña para Sarah Sze (Boston, 1969), una artista acostumbrada a crear fantasías colgantes hi tech para espacios específicos. Pero esta pieza de 35 clones puede haber capturado lo que ninguna de sus grandes instalaciones: el rayo creador.
Sent us of the Air (2023). Edición firmada de 35 copias.
Lo que se ve sobre un fondo pixelado es un pedazo de cielo azul con el sol resplandeciente sobre las nubes tal como muchos han podido observar una vez que el avión se despega lo suficiente del suelo para planear. La imagen puede parecer casi amateur. Un fragmento de espejo que refleja la luz del universo colgando en una cuerda como se cuelga un par de medias. La banalidad de colgar la ropa en loop con el acto consagratorio de colgar obras de arte (se habla de “lo bien colgada que está una muestra” pero acaso alguien cuelgue la ropa con inadvertida destreza estética) y en el medio una expedición: a 18 minutos del sol.
Nos envió del aire tiene la reminiscencia mística de la relación de las culturas ancestrales con el espacio y a la vez convierte a la artista y a sus 35 elegidos en una tripulación involuntaria. ¿Quién y para qué nos envió? Sarah Sze colgó un mensaje en la línea de montaje que provoca el mismo efecto embriagador de la mejor escritura: una imagen con la potencia del mejor estribillo pop (¿Here comes the sun?). Todas las cosmogonías, desde las líneas de Nazca a la mesa de entradas de la NASA (donde Gyula Kosice dejó una carta con recomendación de Ray Bradbury para que se considerase la construcción de su Ciudad Hidroespacial), se funden en esta pequeña maravilla digital llevada al gofrado para hacerse objeto.
Si en 2021 Sarah Sze capturó la atención del mundo por su instalación Night into day, en la que la realidad física y virtual colisionaban en la Fundación Cartier (donde ya se había consagrado en el pasaje de 1999 a 2000) arrastradas por el vendaval pandémico, es en esta pieza seriada donde aparece revelado todo su don. No se necesitan cascos de AR ni el contraste con una estructura transparente y posmoderna como la fachada de la Cartier, sino apenas de una antena interior que decodifique el gesto.
Hay que colgarse, mucho, para que esta imagen con ese nombre (Nos envió del aire) no se pase en la letanía del escroleo indolente por la superficie luminosa del smartphone. Sarah Sze invita al cuelgue con la potencia y la sencillez de ese mismo acto. Dejar de estar conectados para re-conectarse con el misterio de la creación. Ser uno y colgarse con lo que se nos envió del aire. Quienes se queden con alguno de estos prints estarán repitiendo en cadena el acto de Sze como una extraña, secreta, invocación al satori. Bienvenidos al cuelgue.